Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 25 de enero de 2013

A veces asustamos...


La verdad es que uno intenta ser bien pensado —que no iluso— y se niega a creer en teorías conspiranoicas y ocultos intereses (nunca he considerado el egoísmo innato del ser humano como algo oculto).

No puedo aceptar que todas las medidas que adopta un gobierno de turno son para “que se jo###” los de enfrente. Ni creo, sinceramente, que si no hay cura para ciertas enfermedades crónicas es porque a las empresas farmacéuticas no les interesa. Son sólo dos ejemplos, hay muchos más. Últimamente estamos muy dados a aceptar todo tipo de insinuaciones e interpretaciones sobre las verdaderas intenciones de los que toman decisiones públicas.

Pero tampoco creo en que la bondad natural del ser humano aflora de forma espontánea en cada uno de sus actos, o que no existan personas que se equivocan a sabiendas, o pudiendo saberlo. Ni que no existan, efectivamente, malas intenciones y malas personas.

Somos complejos. Mucho. Más que especial, cada uno de nosotros es una edición limitada, numerada y exclusiva. Nos movemos entre lo mejor y lo peor y nunca nos quedamos quietos. A veces nuestras maldades no provienen de una maldad consciente, ni nuestras bondades de un deseo de hacer el bien. Y no siempre lo que parece malo a primera vista lo es completamente.

Pero es que en ocasiones asustamos... Lean, si no, este titular: “Los médicos que menos tiempo tengan ingresados a sus pacientes cobrarán más. Los profesionales que reduzcan el coste de las recetas y los que rebajen las derivaciones a especialistas también mejorarán el sueldo”.

A primera vista parece evidente que los recortes —o contención del gasto— pueden afectar a nuestra salud. Y oigan..., discúlpenme, pero eso no está bien. ¡Eso no se hace!

Claro que si uno sigue leyendo, el susto crece...

Aunque entresacada, miren qué frase: “Estas medidas sólo son ejemplos de los 48 indicadores que ha fijado la Consellería de Sanidad (de la Generalitat Valenciana) para determinar qué profesionales sanitarios —médicos, enfermeras, fisioterapeutas, auxiliares— serán acreedores de un plus de productividad que puede llegar a suponer un incremento del 10% de su salario anual”.

Alguien parece que está dispuesto a jugar con nuestra salud, “tentando” a los profesionales sanitarios con incrementos salariales si son menos exhaustivos y prolíficos en sus indagaciones. Aunque también es cierto que nada les obliga a caer en la tentación anteponiendo sus intereses personales a la salud de los pacientes. Eso forma parte de su juramento hipocrático, ¿no?. Claro que también el no matar, aunque ésos —aborto y eutanasia— son otros temas.

No obstante, la cuestión se matiza —aunque no mucho— en el mismo párrafo de la noticia al leer los principios inspiradores del nuevo modelo: “el objetivo de estos indicadores es evaluar el trabajo diario del sistema sanitario para garantizar la sostenibilidad mediante la contención del gasto y la mejora de la utilización de los recursos, prestando la máxima atención a la calidad y a la seguridad del paciente”.

Quizá, pensando bien de los autores del plan, lo que se quiere fomentar —con un incentivo económico de por medio— es acabar  con una cierta cultura del derroche instalada en el mundo sanitario. Quizá, lo que se pretende es que se realicen y se practiquen todas las pruebas y tratamientos necesarios, pero no más, aunque tampoco menos.

Quien va a seguir decidiendo sobre eso —pruebas y tratamientos— son los profesionales, pero les hemos cargado sobre sus espaldas —quizá indebidamente, o quizá con el método más sencillo, pero no mejor— la corresponsabilidad de la viabilidad económica del sistema sanitario público...

Y ante todo esto habrá quien tome partido sin concesiones a favor o en contra, llenándose la boca con la salud de los pacientes mientras omiten la (salud) de los niños abortados o la de los enfermos a los se acorta la vida, o extrapolando principios del sector privado al público olvidando que hay cosas que no tienen precio.

Junten estos dos razonamientos y dejarán de comprender por qué nos escandalizamos de que el ministro de finanzas japonés anime a los ancianos a morirse pronto para controlar el gasto público.

Lo dicho: a veces, asustamos...

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