Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 25 de enero de 2013

A veces asustamos...


La verdad es que uno intenta ser bien pensado —que no iluso— y se niega a creer en teorías conspiranoicas y ocultos intereses (nunca he considerado el egoísmo innato del ser humano como algo oculto).

No puedo aceptar que todas las medidas que adopta un gobierno de turno son para “que se jo###” los de enfrente. Ni creo, sinceramente, que si no hay cura para ciertas enfermedades crónicas es porque a las empresas farmacéuticas no les interesa. Son sólo dos ejemplos, hay muchos más. Últimamente estamos muy dados a aceptar todo tipo de insinuaciones e interpretaciones sobre las verdaderas intenciones de los que toman decisiones públicas.

Pero tampoco creo en que la bondad natural del ser humano aflora de forma espontánea en cada uno de sus actos, o que no existan personas que se equivocan a sabiendas, o pudiendo saberlo. Ni que no existan, efectivamente, malas intenciones y malas personas.

Somos complejos. Mucho. Más que especial, cada uno de nosotros es una edición limitada, numerada y exclusiva. Nos movemos entre lo mejor y lo peor y nunca nos quedamos quietos. A veces nuestras maldades no provienen de una maldad consciente, ni nuestras bondades de un deseo de hacer el bien. Y no siempre lo que parece malo a primera vista lo es completamente.

viernes, 18 de enero de 2013

La patria del dinero


Gerard Depardieu ya no es francés. Ahora es ruso. ¿El motivo? Un cambio legislativo en Francia que el obligaría a pagar como impuesto un 70% de sus rentas.

No pretendo entrar en el debate sobre si un tipo de un 70% en el impuesto sobre la renta es claramente abusivo. Una cosa es que los que más tienen más paguen, aunque supongo que para todo hay un límite.

Tampoco quiero entrar en la polémica sobre la solidaridad “nacionalista”. Esa que dice que primero los de casa y que es de buenos compatriotas gastar en productos propios y pagar los impuestos en el país de origen...

Tampoco en la insolidaridad de aquél que quiere pagar menos impuestos utilizando las vías legales a su alcance, ni en las motivaciones egoístas o de conciencia para hacerlo.

Todos estos son temas simples, pero complejos, que admiten poner y quitar razones... Esto de las razones es fantástico: como en los refranes, a conveniencia, siempre podremos encontrar las que afirmen una cosa y su contrario...

Disculpen, pero no. No quiero entrar en esas cuestiones.

En realidad, discúlpenme de nuevo, me temo que el dinero no tiene patria. O mejor: es su propia patria.

En algún momento de nuestra historia, personal y colectiva, el dinero pasó de ser un método —ni siquiera un medio— a convertirse en un fin en si mismo. En algún momento de nuestra historia el dinero dejó de ser el método para cambiar un pollo por unas chuletas de cordero cuando no se dispone físicamente de ninguno de los dos alimentos. En algún momento de nuestra historia, sigue aconteciendo.

¿De qué sirve atesorar riquezas —como un Diógenes que en lugar de basura colecciona monedas— en tal cantidad que no podrás gastarlas en vida? ¿De qué sirve anhelarlas cuando te faltan si en realidad no las necesitas?

Lo que el mundo necesita es amor. Y eso, no se compra con dinero.

El amor es lo que te hace dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y acoger al desahuciado. El amor es lo que te hace pagar un salario justo, dignificar al prójimo, compartir vuestra suerte.

Piénsenlo. Díganme cuál es la moneda del amor, porque simplemente no existe. Ni bancos o entidades financieras. Ni letras, pagarés o créditos. Ni gobiernos, ni impuestos.